
Lamento de un árbol
Por Giovanna Rivero
Flores diminutas, amarillentas,
en panículas terminales
cáliz persistente,
semillas anemófilas,
fruto indehiscente,
recubierto de escamas peltadas,
haz de verde oscuro.
Así dice Wikipedia
de mi nombre tartamudo.
Tarará.
Tarará Amarillo.
Habla también de mi gran porte,
de la huella cilíndrica
y dorada de mi tronco.
Aunque se encarga de anunciar
que los primeros metros
de esta humilde dignidad
son huecos.
Huecos. Eso dice.
Wikipedia, claro, no es árbol.
Cómo podría saber
que el íntimo vacío
de mi base
es solo un gesto,
una trampa,
una forma de disuadir
al hacha, al ruido ronco
anti-animal
de la motosierra
que rompe el aire
astillando sin pasión
fibra, escama, corazón.
Wikipedia no subraya, sin embargo,
que transmutado
en mesa, en puerta,
en mango de cuchillo,
mi nombre de tres sílabas,
de paladar de chicos
–Tarará/ Tarará Amarillo–
se escribe de otro modo:
“madera canaria” o
Canarywood.
Adiós ronda de niñas,
adiós tilde en la A,
¡chau, trica de ases!
Ay, ay, ay.
Pero que quede constancia,
Por favor,
que aquí, en esta última sámara,
respiran todavía
mis ambiciones vegetales
mi altura poblada de pájaros
como quien anida ideas,
teoremas, invenciones.
Que quede constancia
que ardí de pie
como Giordano Bruno.
Tal vez por eso mismo,
porque anidé en mi copa
la utopía de otros universos,
de otras razas,
de otras libertades.